Reportaje de La Estrella de Panamá. No a la remilitarización. No a
la Impunidad. Inscripciones del FAD este jueves 29 de noviembre en
oficinas del Tribunal Electoral a nivel nacional.
Reproducimos a continuación este
reportaje de la Estrella de Panamá aunque obviamente faltan las victimas
de los Gobiernos del PRD y arnulfistas y los quemados vivos en el
Centro de Cumplimiento de Menores de Tocumen.
Ley Chorizo
¿Por qué tanta violencia con
nosotros?’ Antonio Smith y Virgilio Castillo fueron los primeros
mártires del cambio. ‘Piensan que con una casa arreglan todo’, critican
2012-11-28 — 12:00:00 AM — Antonio Smith
creía en Martinelli y le decía a Catalina, su esposa: ‘Con este
presidente las cosas van a cambiar’. Y cambiaron. Ahora la familia de
Antonio y Catalina vive en una nueva casa que dio el Estado. Pero en esa
casa ya no está él. ‘Me lo mataron’, dice la viuda. Antonio fue la
primera víctima de la represión policial del actual gobierno. Murió por
herida de proyectil el 8 de julio de 2010. Ya las lágrimas de su familia
se secaron, pero el dolor permanece. El recuerdo del cuerpo herido
envuelto en una hamaca no se diluye. Los perdigones policiales acabaron
con su vida. Antonio no fue la única víctima. La familia de Virgilio
Castillo también vive en una casa nueva, otorgada por el Estado. Los
detalles de su muerte son escalofriantes: fue el 10 de julio en el
puente de Changuinola. Lo vieron atado y herido, tirado en el suelo. Los
policías le exigían caminar. Él no podía. Cayó. Lo patearon y le
dispararon. Terribles violaciones a los Derechos Humanos más propias de
una dictadura. ‘No me cabe en la cabeza, no me cabe en la cabeza’,
gritaba desesperada su esposa. Virgilio dejó 4 hijos que no paran de
preguntar por qué mataron a su papá. A veces lloran porque ‘nunca nos
quitarán de la memoria la agonía de su muerte’, dice la viuda. El
recuerdo de su rostro hinchado por los golpes. La agonía se repite cada
vez que piensa cómo serían los últimos minutos de Virgilio, cuánto dolor
sufriría. ‘¿Por qué se ensañaron así?’, llora nuevamente. Las preguntas
se diluyen en el tiempo y aún no hay respuestas. Solo la frustración de
los sueños rotos y la indignación: nosotros votamos por Martinelli
creyendo en un mejor futuro para Panamá y nos tiraron a matar.
SAN FÉLIX Y LA LEY 415
‘Esto no tiene perdón de Dios’ En la comarca no olvidan los crímenes de Jerónimo y Mauricio
2012-11-28 — 12:00:00 AM — Nueve meses
después, Adriana aún llora a Mauricio Méndez. ‘¡Me mataron a mi hijo, me
lo mataron! ¡Él era un niño, devuélvanmelo!’, dice con la certeza de
que Mauricio nunca volverá y que su vida siempre será este vacío que es
ahora. Por más que repase lo que pasó la madrugada del martes 7 de
febrero de 2012, Adriana no encuentra consuelo: ‘Yo le dije que tuviera
cuidado, que los antimotines andaban hambrientos buscando a quién
cazar’. Pero el chico quería salir, ver qué pasaba con la gente que
estaba defendiendo la tierra de la voracidad de la minería, la
hidroeléctrica y esa nueva ley que el gobierno de Martinelli acababa de
sancionar. Besó a su mamá y se despidió. La foto del joven con el rostro
destrozado recorrió las redes sociales. Tenía 16 años, pero su
mentalidad era la de un niño. Por eso cuando empezaron a lanzar gases en
lugar de correr, se escondió detrás del árbol donde el policía le
disparó a quemarropa. ‘Era un muchacho que no se metía con nadie’, dice
la madre y se interrumpe por el llanto.
¿Quién puede acostumbrarse al vacío que deja la ausencia de un hijo, un padre, un marido? Nadie, dice Fidelina, que recuerda el desembarco del Senafront en San Félix para reprimir las protestas, la resistencia de los ngäbes, la energía de la juventud de su esposo, Jerónimo Rodríguez Tugrí, con esa co nvicción de que en lo propio se deja la vida. Y la dejó. El domingo 5 de febrero Jerónimo se levantó temprano, se despidió de Fidelina y le dijo que iba a luchar con sus compañeros. Tenía 19 años y no midió el alcance del Gobierno. Fue el primer muerto de aquel domingo negro. Otro número en las estadísticas que dejaron un lastre imposible de superar para las familias que viven un duelo permanente. Las vidas que se comió la represión en ese febrero. Senafront y Policía entraron armados a las casas, allanamientos ilegales, obligaron a niños, ancianas y mujeres con bebés a huir para no morir por asfixia. Corrían desesperadamente hasta resguardarse en la montaña. Allí esperaron. Abajo, en el cruce de San Félix, los perdigones atravesaban piel sin importar edad o género. Con la muerte de Jerónimo empezó la represión que dos días después cobraría la vida de Mauricio Méndez, el joven que murió sin rostro el 7 de febrero. Y aunque en el sermón de su despedida se habló de perdón, las palabras familiares son claras: esto no tiene perdón de Dios.
¿Quién puede acostumbrarse al vacío que deja la ausencia de un hijo, un padre, un marido? Nadie, dice Fidelina, que recuerda el desembarco del Senafront en San Félix para reprimir las protestas, la resistencia de los ngäbes, la energía de la juventud de su esposo, Jerónimo Rodríguez Tugrí, con esa co nvicción de que en lo propio se deja la vida. Y la dejó. El domingo 5 de febrero Jerónimo se levantó temprano, se despidió de Fidelina y le dijo que iba a luchar con sus compañeros. Tenía 19 años y no midió el alcance del Gobierno. Fue el primer muerto de aquel domingo negro. Otro número en las estadísticas que dejaron un lastre imposible de superar para las familias que viven un duelo permanente. Las vidas que se comió la represión en ese febrero. Senafront y Policía entraron armados a las casas, allanamientos ilegales, obligaron a niños, ancianas y mujeres con bebés a huir para no morir por asfixia. Corrían desesperadamente hasta resguardarse en la montaña. Allí esperaron. Abajo, en el cruce de San Félix, los perdigones atravesaban piel sin importar edad o género. Con la muerte de Jerónimo empezó la represión que dos días después cobraría la vida de Mauricio Méndez, el joven que murió sin rostro el 7 de febrero. Y aunque en el sermón de su despedida se habló de perdón, las palabras familiares son claras: esto no tiene perdón de Dios.
COLÓN Y LA LEY 72
‘No te recuperas de la muerte de
un hijo’ Una madre que no se acostumbra a la ausencia del hijo
asesinado durante la represión, junto a Yara y Jim. Familias que piden
justicia
2012-11-28 — 12:00:00 AM — La democracia
panameña ha perdido la inocencia. A punta de muertos. Josué Patricio
Betancourt ha dejado un gran vacío. La muerte violenta cortó sus gritos y
su mamá aún llora cuando recuerda e l bullicio de ‘Pelón’, como le
decían al niño de 10 años. Vive en llanto esta madre. Un llanto que
generaron las decisiones políticas y policiales. Llora y no puede parar.
Dice que se arrepiente de los regaños al pequeño porque ahora el
silencio agobia. No hay nada que la calme: ‘No te recuperas nunca de la
muerte de un hijo’, dice. Quisiera volver el tiempo atrás, hasta ese
viernes 19 de octubre, cuando ‘Pelón’ curioseaba afuera las protestas
por defender la Zona Libre de Colón de la venta que había impuesto el
presidente Martinelli. Desde ese día sólo piensa en encontrarlo. Ella
nunca imaginó que la policía dispararía.
Cuando la represión tomó forma y comenzaron a escucharse los disparos, ‘Pelón’ corrió. Empezó el fuego, ‘ Pelón’ intentó entrar a casa. 10 segundos más y no hubiese pasado nada. La historia sería otra. Pero no alcanzó, en la huida recibió un disparo en el costado que testigos y familiares no dudan en asegurar que salió de un arma de la policía. El niño cayó en el jardín de su casa. El ciclo de la vida-muerte acelerado por la violencia. Su muerte la lloró todo el país. Sin embargo, mientras todos, en un sentido, ya lo olvidamos para hablar de los nuevos mártires de la inundación, la madre no. Para ella la tragedia sigue y seguirá: nadie nunca —dicen— se recupera totalmente de la muerte de un hijo. La indignación crece, porque lo mató el gobierno, lo mató Panamá, nuestra democracia. El niño mártir de Colón lo llamaron todos en su despedida. Aunque era de La Chorrera.
Cuando la represión tomó forma y comenzaron a escucharse los disparos, ‘Pelón’ corrió. Empezó el fuego, ‘ Pelón’ intentó entrar a casa. 10 segundos más y no hubiese pasado nada. La historia sería otra. Pero no alcanzó, en la huida recibió un disparo en el costado que testigos y familiares no dudan en asegurar que salió de un arma de la policía. El niño cayó en el jardín de su casa. El ciclo de la vida-muerte acelerado por la violencia. Su muerte la lloró todo el país. Sin embargo, mientras todos, en un sentido, ya lo olvidamos para hablar de los nuevos mártires de la inundación, la madre no. Para ella la tragedia sigue y seguirá: nadie nunca —dicen— se recupera totalmente de la muerte de un hijo. La indignación crece, porque lo mató el gobierno, lo mató Panamá, nuestra democracia. El niño mártir de Colón lo llamaron todos en su despedida. Aunque era de La Chorrera.
Cuatro días después Jim Dixon Andreve salió de casa de su tía. Se había guarecido allí de las trifulcas. Esperó que las cosas se calmaran un poco para caminar las cuatro cuadras hasta su casa. Fladse, su sobrino, cierra los ojos al recordarlo. No puede ni dormir porque entre sueños lo persigue el sonido y la imagen de su tío, —‘‘tremendo tío’’— dice y ríe. Al final, llora. Su tío cayendo al suelo, el aroma fresco y perturbador de la sangre. La mirada enturbiada por las lágrimas de este joven es una postal del terror. ‘La bala lo alcanzó pasando la calle’, dice Fladse con la mirada perdida. ‘Podría haber sido yo’, culmina no sin llanto.
A pocas cuadras de su casa la misma injusta sensación de que en Panamá la vida no vale nada. La misma tarde del 23 de octubre, Yara Itzel Navarro, una vendedora de la Zona Libre, cayó en el fuego cruzado de Colón. ‘Yamileth’, como le decían de cariño, tenía tres hijas y un esposo. Antonio Castro todavía parece aturdido, no logra volver a la senda de su vida. Tiene que hacerlo por sus hijas, se dice, pero no puede dejar de pensar en su mujer. ‘¿Y qué hago yo ahora sin ella?’, le pregunta a quien lo escuche. ‘Una bala en la cabeza fren, una bala me la mató’, se lamenta el viudo. Preguntas y lamentos que retumb an en el silencio de la pequeña casa de la calle 6 con avenida Balboa. ‘Mi mami está en el cielo’, simplifica la chiquita de 4 años. Su dedito señalando las nubes da respuestas a todas las preguntas.
El video "Las Masacres de Martinelli" lo puede ver en estas 3 opciones:
http://www.youtube.com/watch?v=a-Vzr0eIKW8&;;feature=player_embedded
https://vimeo.com/54148705
http://archive.org/details/LasMasacresDeMartinelli
http://www.youtube.com/watch?v=a-Vzr0eIKW8&;;feature=player_embedded
https://vimeo.com/54148705
http://archive.org/details/LasMasacresDeMartinelli
1 comentario:
Muy cierto la entrada y muy informativa tambien. Gracias por el aporte.
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