1º de Mayo., 8:00 a.m. Parque Porras.
Valter Lavitola aterrizó esta mañana
en Fiumicino con la misma cara de siempre de no haber roto un plato en
su vida. Ha estado huido seis meses, presuntamente en Panamá, porque le
tiene “un pánico horrible a la magistratura”. Los señores de uniforme
que le escoltan, agentes de la Policía judicial, se lo han llevado
directamente a un cuartelillo para tomarle declaración y comunicarle que
iba a ser trasladado a la cárcel de Poggioreale en Nápoles.
La suya es una de las historias más
surrealistas que han visto los italianos en los últimos tiempos. Fundó
un periódico -fantasma-, el L’Avanti!, gracias a los fondos
públicos que el Estado concede a las publicaciones de partido o
ideológicas (La Fiscalía le acusa de haberse quedado 23 millones de
euros para sus negocios personales).
Y nadie había oído hablar de él hasta
que un día de septiembre de hace dos años decidió alistarse en el
ejército mediático del régimen. L’Avanti! publicó un artículo
devastador contra el presidente de la Cámara, Gianfranco Fini,
acusándole de haberse quedado con una casa en Montecarlo perteneciente a
su anterior partido, el posfascista Alianza Nacional. Con el tiempo se
descubrió que todo era mentira. Fini había salido de la coalición que
presidía Berlusconi en julio dejando al Gobierno en parada cardíaca y
los medios berlusconianos, como venganza, pusieron en marcha la máquina del fango.
Lavitola pensó que con aquello
conseguiría hacer realidad su verdadero sueño: llegar al Parlamento como
diputado del Pueblo de la Libertad. No lo consiguió -por suerte-. Más
tarde afirmaría que Berlusconi estaba en deuda con él.
Lo que es cierto es que con el Cavaliere
tenía hilo directo y que gracias a él pudo cerrar varios contratos
importantes en Panamá. Pero esto solo se sabría más tarde, el 1 de
septiembre de 2011, cuando la Fiscalía de Nápoles ordenó su arresto por
haber extorsionado a Berlusconi junto al empresario Gianpaolo Tarantini y su mujer Nicla a cambio de cubrirle las espaldas en el caso Escort.
Abrimos un paréntesis. La Fiscalía de Bari había imputado a Tarantini por proxenetismo y tráfico de drogas en la trama de “fiestas elegantes” del primer ministro en su residencia de Roma. Fue él quien llevó a Palazzo Grazioli a Patrizia D’Addario, la joven que después contaría a medio mundo aquello de las duchas frías del Cavaliere, los polvos a peloy la cama de Putin.
El 15 de septiembre los fiscales depositaron las actas de la acusación
y se levantó el secreto de sumario. La publicación de los pinchazos
telefónicos (100.000 ni más ni menos) fue demoledora. De las llamadas
casi diarias entre Berlusconi y Tarantini se desprende que el Cavaliere le solicitaba mujeres a la carta, que pagaba por mantener relaciones con ellas y que a la mañana siguiente se llamaban para comentar la jugada (El mito de las 11 mujeres esperando en su puerta viene de aquello).
Berlusconi, para mostrarle su gratitud,
ponía en contacto a Tarantini con algunos peces gordos que le llevaron a
firmar importantes contratos con la Protección Civil y Finmeccanica, el coloso estatal de la industria armamentística.
Cerramos el paréntesis. ¿Cómo entra en
todo este asunto Lavitola? La Fiscalía de Nápoles investigaba en aquel
momento los casos de corrupción que se estaban cometiendo con los
contratos de adjudicaciones públicas y consultorías de Finmeccanica. Y
el nombre del periodista y el de Tarantini aparecían en varios
pinchazos.
Cuando los fiscales intervinieron el
teléfono de ambos se encontraron el pastel. Tarantini, a través de
Lavitola, estaba recibiendo dinero de Berlusconi. El Cavaliere
le pagaba el abogado y le daba dinero todos los meses para mantenerse.
El periodista lo recogía directamente en Palazzo Grazioli de la mano de
su secretaria, Marinella Brambilla, y se encargaba de administrárselo
(el caso acabaría en manos de la Fiscalía de Roma porque allí era donde
se movía el dinero).
La primera reacción de los investigadores napolitanos fue pensar que estaban chantajeando a Berlusconi por el caso Escort.
La segunda reacción, cuando se publicaron las actas de la Fiscalía de
Bari y vieron el contenido de los pinchazos telefónicos, fue todo lo
contrario.
Ya se sabe lo mal pensadas que son las
fiscalías en Italia. Los fiscales empezaron a plantearse si en lugar de
una extorsión, no sería que Berlusconi estaba pagando a Tarantini a
través de Lavitola para que no se le ocurriera decir que sabía que las
prostitutas eran prostitutas. Todos sabemos que el Cavaliere nunca haría eso y que cuando da dinero a una persona es porque tiene un corazón enorme.
“Ayudé a una persona, Gianpaolo Tarantini, y a una familia con niños que está pasando una situación económica gravísima. No he hecho nada ilícito, tan solo he echado una mano a un hombre desesperado sin pedir nada a cambio. Yo soy así y nada va a cambiar mi manera de ser” [Ver Nicole Minetti en el caso Ruby]
Las ayudas económicas de Berlusconi eran
de 20.000 euros al mes. Pero Tarantini quería más y pidió a Lavitola
que si conseguía que el Cavaliere le diera 500.000 euros
renacería de sus cenizas y se lo podría devolver con intereses. Lavitola
conseguiría el dinero pero en lugar de dárselo a Tarantini lo ingresó
en una cuenta secreta en Paraguay.
La tesis de que el chantaje no existía
empezó a cobrar más fuerza cuando los fiscales, pinchando el teléfono de
Lavitola, captaron una conversación de este con Berlusconi.
Otro paréntesis. El periodista estaba en Bulgaria y el Cavaliere le recomendaba que no volviera a Italia.
No por lo de Tarantini, ya que ninguno de los dos sabían que estaban
siendo escuchados. Sino porque Lavitola, masón reconocido, había
aparecido en las investigaciones sobre la P4 de Luigi Bisignani.
Bisignani había tejido durante años una red de espionajeen
las entrañas del Palazzo de Montecitorio que le permitía acceso directo
a todo lo que se cocía en las comisiones parlamentarias, a la vida
privada de los diputados y, por tanto, a chantajearlos influyendo en sus
decisiones.
Lavitola conocía a Bisignani, que en sus
años mozos fue periodista de Ansa y jefe de comunicación en el Gobierno
Andreotti, y los fiscales estaban detrás suya para que aclarara su
relación.
Cierre del paréntesis. Aquella conversación, en la que Berlusconi recomendaba a Lavitola que se quedara donde estaba, el Cavaliere le confesó que él también estaba pensando en irse “de este país de mierda”.
“No me importa nada porque yo soy transparente, tan limpio en todo lo que hago que no me afecta nada. Yo no hago nunca nada que pueda convertirse en un delito, así que estoy completamente tranquilo”.
“Lo único que pueden decir de mí es que follo. Esto es lo único que pueden decir que hago, así que, que me pongan micrófonos donde quieran y que escuchen mis conversaciones. No me importa. Total, dentro de unos meses me voy de este país de mierda”
Para ser un chantajista, Berlusconi
tenía mucho aprecio por Lavitola, algo que era recíproco. No solo se
fugó, como le había aconsejado, sino que además, antes de irse, tuvo el
detalle de regalarle una tarjeta de teléfono peruana para que nadie
pudiera interceptar las llamadas del primer ministro.
Al lío que se montó con el “este país de mierda” le siguió un vídeo comprometedor.
Las imágenes corresponden a una visita
oficial de Silvio Berlusconi a Panamá. Por la escalerilla del avión
presidencial, además de al exministro de Exteriores, Franco Frattini, se
ve descender a Lavitola.
¿Qué pintaba este señor en Panamá? Lo explicaría el propio Lavitola en dos entrevistas a la televisión italiana
desde paradero desconocido -insisto, la mayoría de medios creen que
estaba precisamente en Panamá-. Ya que Berlusconi no le dejó entrar en
política al menos quería demostrarle que podía ser su embajador personal
en Centroamérica y Suramérica. No le fue mal. Su versión es que
consiguió cerrar varios acuerdos para Finemccanica con el Gobierno
panameño y cuando pidió más dinero se desentendieron de él.
Hoy la Fiscalía de Nápoles ha justificado su ingreso en la cárcel de Poggioreale por corrupción internacional.
Según los fiscales habría hecho de intermediario con el Gobierno
panameño para cerrar un contrato para la construcción de varias
prisiones valorado en 176 millones de euros que nunca acabó de
concretarse. Lavitola se tenía que embolsar un pico en comisiones
ilegales y se lo tomó tan en serio que consiguió engatusar al presidente
Ricardo Martinelli llevándoselo de vacaciones a Villa Certosa, la
mansión de Berlusconi en Cerdeña.
Para rematar la faena, la hermana de
Lavitola ha declarado a los fiscales que el periodista pensaba
chantajear a Berlusconi -esta vez parece que de verdad- una vez hubiera
vuelto a Italia. La cifra eran 5 millones de euros a Berlusconi a cambio
de su silencio y según la hermana, el Cavaliere sabía perfectamente por qué.
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